La intimidad se referencia a lo propio a nuestro mundo privado, implica la acción de nuestros actos, deseos y pensamientos.
Lo que entendemos por nuestro ámbito privado requiere el amparo de lo intransferible de nuestro Yo frente a los Otros, pues de otra forma perecería al ser conocido o público.
Creencias, opiniones, actos, incluso los propios recuerdos, entran en esta categoría de la intimidad. Nuestros actos pueden tener la valoración contraria a la moral imperante, se tiene tendencia a considerar que lo intimo, tiene relación con nuestros gustos sexuales, fantasías y deseos inconfesables, que de forma pública serian rechazados por la sociedad.
Los pecados capitales, mentir, la lujuria, robar, la envidia, el egoísmo que nos induce a actuar en favor de nuestros intereses y en contra del bien pensar de la sociedad.
Supuestamente esos malos pensamientos de cualquier índole los protegemos en nuestro espacio de intimidad.
¿Qué sentido tiene mantener en la intimidad nuestras opiniones y afectos a los demás?
El miedo a ser juzgados por lo que conforma nuestros criterios, gustos y deseos se nos imponen desde niños. Deberíamos hacernos la pregunta, ¿qué es lo reprobable de nuestra intimidad? Así podríamos colegir que la intimidad es necesaria para poder vivir entre los demás, es ineludible el tener un espacio donde guardar todo aquello que nos avergüenza o que de forma directa o indirecta es censurable, excluyente y doloso en nuestra convivencia. Aquello que escondemos nos impone a todos una carga que nos obliga a mantenernos permanentemente, alerta y en una situación de ambigüedad ciclotímica, entre lo que realmente somos y hacemos, con lo que debemos ser ante los demás. Somos rehenes de una sociedad moralizante e hipócrita, que nos marca la línea de lo que tenemos que ser. Somos víctimas de nosotros mismos y pagamos un doble precio por el mismo hecho.
Ego y pudor
Sin embargo en contra posición; hoy asistimos a un contrapunto entre lo intimo y lo público, nuestra intimidad se convierte en una fuente de poder y sustento al ego social de las masas. La sociedad de la red ha liberado todos los prejuicios imperantes acumulados en el pasado, permitiendo que hablemos y expongamos nuestras intimidades y secretos.
La autora Silvia Hopenhayn ha escrito el ensayo “La sociedad del espectáculo” reflexiona en él “Hoy todo se muestra, nada se conserva. Las herramientas las tenemos y usamos todos: webcams, YouTube, FaceBook, MySpace, fotologs, Twitter, UpStream, SecondLife son medios que potencian el yo intimo permitiendonos cruzar el puente entre el miedo a la soledad y la necesidad de afianzarnos como seres únicos.
La intimidad devaluada nos impone a mi modo de ver, mantener un cierto control de nuestro pudor, es decir; no todo se puede contar. La pérdida de nuestra intimidad en aras de ser reconocidos o visibles, debilita nuestro equilibrio interior. Conviene tener el control mediante el pudor que nos es necesario para proteger un mundo intimo y propio, donde se puedan desarrollar las energías de nuestros sueños y deseos, reforzando así la conciencia de nuestro yo. Frente a una sociedad que cada día nos somete a aceptar como irrenunciable lo vulgar e intrascendente, como requisito indispensable para formar parte del mundo en la red y lo público; lo paradójico es , o aportamos algo de nuestra intimidad al espectáculo del mundo virtual siendo visibles o no tenemos derecho a existir en el mundo real.
Reivindico el derecho en palabras de Antonio Machado “converso con el hombre que siempre va conmigo” No hay mayor sabiduría que conocerse uno mismo, ni mejor bienestar que ser dueño de nuestros silencios.