Los acontecimientos que estamos sufriendo por «culpa de la crisis» me traen de cabeza, y me exigen una reflexión continua sobre la autentica realidad en la que estamos. Cada día los diferentes medios de comunicación de un signo u otro, nos mantienen en estado de estupor.ante la gravedad de los hechos intento dilucidar hacia donde nos llevarán las políticas europeas impuestas por Alemania.
No es fácil entender y mucho menos comprender, los múltiples intereses que inducen al deterioro del llamado estado del bienestar, para comprender nada mejor que informarse y reflexionar sobre lo que mentes más preparadas han podido establecer sobre causas y efectos, con rigor y racionalidad.
Aportaré un pequeño extracto de pensador Herbert Marcuse filósofo y sociólogo alemán, uno de los principales pensadores de la primera generación de la Escuela de Frankfurt. de su libro El hombre unidimensional
Creo que explica de forma casi profética los movimientos sociales que cada día se producen, para encontrar una salida.
La incapacidad de los políticos para aplicar soluciones de consenso nacional en un estado «democrático» es de bochorno cotidiano para la ciudadanía.
Las barreras efectivas que la democracia totalitaria levanta contra la eficacia del disentimiento cualitativo son bastante débiles y aceptables comparadas con las prácticas de una dictadura que pretende educar al pueblo en la verdad. Con todas sus limitaciones y perversiones, la tolerancia democrática es bajo cualquier circunstancia más humana que una intolerancia institucionalizada que sacrifica los derechos y libertades de las generaciones vivas a las generaciones futuras. La cuestión es si esto constituye la única alternativa. Yo intentaré ahora sugerir la dirección en que puede buscarse una respuesta. En todo caso, la contraposición no se presenta entre democracia en abstracto y dictadura en abstracto.
La democracia es una forma de gobierno que se adapta a muy distintos tipos de sociedad (esto resulta verdad incluso para una democracia con sufragio universal e igualdad ante la ley), y los costos humanos de una democracia son siempre y en todas partes los exigidos por la sociedad que gobierna. Su alcance se extiende a todo, desde la explotación normal, pobreza e inseguridad hasta las víctimas de guerra, acciones de policía, ayuda militar, etc., en que la sociedad se ve comprometida y no sólo a las víctimas dentro de sus propias fronteras. Estas consideraciones nunca pueden justificar la exigencia de diversos sacrificios y diversas víctimas en nombre de una futura sociedad mejor, pero permiten sopesar los costos que implica la perpetuación de una sociedad existente frente al riesgo de promover alternativas que ofrecen una razonable posibilidad de pacificación y liberación. Sin duda, no puede esperarse que nadie fomente la subversión contra sí mismo, pero en una democracia un tal derecho es atribuido al pueblo (es decir, a la mayoría del pueblo). Esto significa que los caminos no deben estar bloqueados y una mayoría subversiva pueda manifestarse, y si quedaron bloqueados por represión y adoctrinamiento, su reapertura puede exigir métodos claramente democráticos. Estos incluirían la supresión de la tolerancia de emisión de pensamiento y reunión de grupos y movimientos que promueven orientaciones políticas agresivas, armamentos, chauvinismo, discriminación sobre los fundamentos de raza y religión, o que se oponen a la extensión de los servicios públicos, seguridad social, asistencia médica, etc. Además, la restauración de la libertad de pensamiento puede exigir nuevas y rígidas restricciones en las enseñanzas y en las prácticas de las instituciones educativas que, con sus mismos métodos y conceptos, sirven para cerrar la mente en el establecido universo de discurso y conducta, y excluyendo así a priori una valoración racional de las alternativas. Y en aquella medida en que la libertad de pensamiento implica la lucha contra lo inhumano, la restauración de tal libertad también implicaría intolerancia hacia la investigación científica en interés de mortíferos «disuasorios», de resistencia humana anormal bajo condiciones inhumanas, etc. Yo ahora voy a examinar la cuestión de a quien corresponde decidir en la distinción entre enseñanzas y prácticas liberadoras y represivas, humanas e inhumanas; ya he advertido que esta distinción no es cuestión de preferencia de valores sino de criterios racionales.
Contundente y muy aproximado a los tiempos que vivimos.
Crisis, Marcuse, Política, Reflexión, Sociedad